¿Hay tiempos que no sean de cambio? Probablemente estarás ahora tranquilamente sentado. Delante de tu tablet o tu móvil. Quizás tomando un café. Con facilidad puedes pensar por un momento en tu trayectoria vital. Darte cuenta de que el cambio ha estado presente a lo largo de toda tu vida. ¡Y así es! Estamos en un permanente proceso de cambio o, si lo prefieres, de evolución. ¿Tienes esta misma experiencia?
Lo mismo sucede en las organizaciones. Es posible que a lo largo de tu trayectoria profesional hayas estado solo en una empresa. O bien, es posible lo hayas hecho en varias de ellas. Habrás podido experimentar procesos de cambio o evolución de manera constante.
Todo en la vida evoluciona a través de diferentes fases: su nacimiento, crecimiento, madurez y decline. Personas, productos u organización. Todas esas fases requieren manejarse con una alta capacidad de adaptación. Nuevos retos aparecen. Y suele suceder, que el momento más crítico y caótico se produce en la fase de madurez. Cuando se requiere dar un golpe de timón para reinventarse.
Interpretando el momentum
Las señales del entorno no siempre apuntan en la misma dirección. En algunos casos son incluso contradictorias. Conducir mirando el cuadro de mando nos aporta una información parcial de la realidad. Planes estratégicos, planes de acción, indicadores y demás instrumentos de navegación nos aportan una información cuantitativa de dónde estamos. Pero son los intangibles, que no están reflejados en ese tablero de navegación, los que finalmente determinan el éxito de la travesía según el rumbo que se haya elegido. ¿Cuáles son esos intangibles? Son patrones, hábitos, deseos, expectativas, valores, creencias, miedos e inseguridades de las personas de la organización.
Si esos tangibles fueran la parte visible de un iceberg. Y los intangibles fueran la parte sumergida e invisible del mismo: ¿Hacia dónde se movería el iceberg si al mismo tiempo se dieran unos vientos hacia el norte y unas corrientes hacia el sur?. La pregunta no tiene truco. Sin duda el 80% del iceberg sumergido, se dejaría arrastrar por las corrientes hacia el sur. Esta parte sumergida, los intangibles en nuestra organización, tiene una relevancia incalculable. Es capaz de acelerar el éxito de la estrategia o de frenarla para siempre.
Por tanto, en tiempos de cambio, es imprescindible marcar estrategias de dirección claras y transparentes. Que conduzcan a nuestra compañía al éxito. Pero de nada servirán si no somos capaces de liderar las corrientes del cambio.
Manejando las corrientes del cambio
Liderar las corrientes supone manejarse a tres niveles de percepción y relación con el entorno:
1.- Liderar desde uno mismo. Poniendo la atención (observándose) y la intención (qué quiero lograr) en sí mismo. Tomando conciencia de los propios pensamientos, emociones y sentimientos, y de cómo los manejamos. El silencio y la reflexión son una gran herramienta para ello.
2.- Liderar desde los otros. Poniendo una intención positiva en el otro. Enfocarnos en construir una relación de calidad y de largo plazo. A la vez que se mantiene la atención en uno mismo y en cómo son manejadas las propias emociones.
3.- Liderar desde el espacio que se crea entre ambos. Entre los miembros de un equipo o entre las personas de una organización. Percibir aquello que está más allá de las palabras, flotando en el ambiente. Y gestionar las corrientes que mueven el iceberg.
Liderando con éxito
Los líderes que, además de obtener éxito desde el punto de vista del negocio, son valorados de manera positiva por su entorno, han desarrollado una habilidad extraordinaria para manejarse a los tres niveles de liderazgo mencionados de una forma natural, como natural es el cambio en nuestras vidas.
Un líder es aquel que lleva una visión a la acción. Como el alfarero que moldea con sus manos el objetivo que pensó primero en su mente. Alguien que se llena las manos de barro porque se implica en el hacer. Un creador capaz de transformar la realidad y de dominar la transformación de lo que toca. Un alquimista del cambio.