Casi 1000 directivos evaluados en España y Latinoamérica. Se comparaban con líderes que, además de conseguir buenos resultados de negocio, son capaces de crear relaciones de calidad a largo plazo. Un resultado destaca sobre el resto: el manejo del estrés. Es el ítem peor valorado. ¿Qué esta pasando?
Los directivos manifiestan su dificultad para manejar internamente las emociones generadas por la presión y las tensiones a las que se ven sometidos. Es consecuencia de la dinámica del negocio: ¡sí!. Y también de cómo se estructuran las organizaciones para dar respuesta a los retos que éste plantea. La falta de organización, de claridad, de dirección… se ha convertido en una segunda fuente de desasosiego. Si este es el impacto en los directivos, ¿imaginan cuál será en aquellos que forman parte de sus equipos? ¿En el resto de la organización?
¿De qué hablamos cuando hablamos de manejo del estrés?
Primero. Los directivos nos señalan que ellos permanecen tranquilos ante las situaciones de exigencia. “De nada sirve ponerse nervioso y poner nerviosos a los demás. Al final acaba bloqueándose todo el mundo”, suelen decir. Este comentario no refleja otra cosa que la manifestación externa de cómo nos enfrentamos a este tipo de situaciones. Cómo nos ven los demás. La imagen que transmitimos.
Segundo. ¿Han oído aquello de “la procesión va por dentro”? Ese nudo en el estómago, el no poder desconectar. La falta de presencia porque uno está absorto en los problemas que se lleva consigo más allá del trabajo. Las dificultades para conciliar el sueño o la falta de descanso. En este sentido nos sorprende negativamente cuán extendido entre el colectivo está el uso de «relajantes», algunos naturales, pero sobre todo químicos.
Tercero. La capacidad que tenemos de recuperación de nuestra energía. De desconexión. De descanso y recarga de nuestras “baterías”.
Por tanto, podríamos hablar del equilibrio entre tres elementos: la manifestación externa, la manifestación interna y la recarga de energía.
sólo la autenticidad y la verdadera calma interior será capaz de generar la calma emocional que en las organizaciones es tan necesaria.
El observador desapegado
Una de las técnicas más sencillas de aplicar y a la vez más impactantes en el manejo de las situaciones de exigencia, presión o tensión, generadoras de estrés, es el observador desapegado.
El observador desapegado consiste en mantenernos conscientes de nosotros mismos. De nuestras emociones. Centrados en relación a lo que sucede a nuestro alrededor. Más allá de involucrarnos y dejarnos arrastrar emocionalmente por los acontecimientos que vivimos. Se trata de mantenernos en la acción a una cierta distancia. Observar dichos acontecimientos y su impacto en nosotros. Observamos la reacción de los demás y como nos llega. Por tanto, en primer lugar, se trata de mantener la atención en uno mismo.
Desde la atención en nosotros mismos somos más capaces de poner una intención positiva fuera, en los demás. Esa intención puede estar basada en el reconocimiento del talento de cada uno, en valores como la cooperación, el trabajo en equipo, la tolerancia, o en las capacidades para orientarse a resultados positivos.
Atención en mí para ser consciente de mis emociones y mi autogestión e intención positiva en los otros, para facilitar y hacer que sea posible lo que pretendemos conjuntamente.
Calma en el caos
El mundo exterior no es más que el reflejo de nuestro mundo interior. Hemos de ser conscientes de que sólo veremos fuera de nosotros lo que desde nuestro interior seamos capaces de generar. Por más que la apariencia externa sea de calma en medio del caos, si no es fruto del verdadero manejo interior, no tendrá el efecto que realmente esperamos. Vale la pena, por tanto, ser conscientes de que sólo la autenticidad y la verdadera calma interior será capaz de generar la calma emocional que en las organizaciones es tan necesaria.
Es en el ojo del huracán, justo en el centro, donde esta la calma. Es al final de la tormenta cuando luce el arcoíris.